Hace un tiempo, fuera de mi contexto de trabajo, le sugerí a un antiguo compañero de colegio que acudiera a hablar con un psicólogo. Estaba profundamente afectado por una circunstancia familiar y, con la torpeza propia de alguien que no tiene la costumbre de pedir ayuda en cuestiones de salud mental, intentaba explicarme su situación en una cafetería junto a otros amigos.
“No me hace falta, tengo mucha gente que me apoya y mis amigos saben escucharme, y sin pagar. Además, qué me va a decir que no me haya dicho ya alguien que me conoce y conoce mi situación”, fue su respuesta.
Me costó entender cómo dos figuras que para mí son dos fuentes tan diferentes de acompañamiento se habían fusionado en la mente de mi compañero y de otros presentes. En la mesa había otra psicóloga y tras una mirada y acuerdo tácito entendimos que nuestros amigos ese día volverían a casa sabiendo la diferencia entre amigo y psicólogo.
- La primera diferencia fue la más fácil de argumentar: los psicólogos somos profesionales con la formación y experiencia adecuadas para atender problemas de salud mental. Un amigo, aunque tenga la mejor intención, no deja de hablar desde experiencias personales y puede darte consejos que en algunas ocasiones no son adecuados para tu circunstancia. Cuando decidimos sentarnos delante de un psicólogo también lo haremos ante su experiencia previa en tratar casos similares al nuestro, ante la posibilidad de trabajar la globalidad de lo que me ocurre y ante una nueva forma de entender qué necesito, entre otras cosas.
- Un proceso terapéutico propone un abordaje continuado, en la mayoría de los casos con pauta semanal. Además, a diferencia de una relación de amistad, ésta es una relación que tiene un inicio y fin, que se ven marcados por la búsqueda de ayuda profesional y la combinación del logro de determinados objetivos y la sensación de que puedo continuar sin ayuda gracias a las herramientas que he trabajado.
- Durante el mismo se genera un espacio de trabajo que inevitablemente se sostiene en la capacidad del terapeuta de ser una pantalla en blanco. El vínculo que se crea parte de esta idea y de la capacidad del terapeuta para escuchar activamente el lenguaje verbal y no verbal de la persona de una forma concreta que le permita usar esa información estratégicamente. De forma conjunta se llega a un nuevo entendimiento del problema y se puede trabajar para generar herramientas de afrontamiento.
Es un vínculo en el que todo lo que ocurre se centra en generar la ayuda más adecuada para el paciente y está basado en la confidencialidad, objetividad, la ausencia de juicios y la empatía.
Cuando aparece la necesidad de abordar y ponerle una nueva conciencia a un determinado problema todos los apoyos cuentan, y no es cuestión de empezar a reservar las charlas personales para el espacio terapéutico, de hecho, todos los apoyos con los que podamos contar y sintamos que nos sirven de ayuda deben seguir existiendo y funcionando.
Si bien es cierto que un amigo es imprescindible como parte necesaria de nuestro desarrollo a lo largo de nuestra vida, y un médico lo es en cuestiones de salud física, también lo es el psicólogo cuando este tipo de trabajo se vuelve necesario para el bienestar global de cada uno.