Prácticamente a diario diferentes causas celebran su día. En general, es la Asamblea General de las Naciones Unidas la que reivindica estos espacios para sensibilizar, concienciar o llamar la atención acerca de alguna problemática sin resolver, de cara a fomentar acciones concretas que ayuden a paliar o revertir la situación. Sin embargo, también otros organismos e instituciones proponen estas fechas. En este sentido los Trastornos de la Conducta Alimentaria cuentan con dos días en el calendario: el 2 de junio como Día Mundial de la Acción por los Trastornos de la Conducta Alimentaria y el 30 de noviembre como el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Aunque para los profesionales de este ámbito y sobre todo para familiares y afectados la lucha es diaria, esta fecha permite ir un poco más allá en la visibilización de estos trastornos.
En estas señaladas fechas en el campo de los TCA cuesta muchas veces no caer en el concepto más al uso de estos trastornos: la Anorexia Nerviosa y la Bulimia Nerviosa. Aunque estos son los trastornos más estudiados y conocidos por la población general, no son los únicos dentro de esta clasificación. El Trastorno de Atracones es muchas veces el gran olvidado y es una patología que podemos encontrar, por ejemplo, en el 30% de los pacientes obesos en tratamiento para perder peso. Teniendo en cuenta las cifras de obesidad que asolan nuestra sociedad, estamos hablando de un número poco despreciable de gente, muy superior al de los casos de Anorexia y Bulimia. Aunque la Pica, el Trastorno de Rumiación y el Trastorno de Evitación/Restricción de la ingestión de los alimentos también están incluidos en el apartado de TCA del DSM-V, estos no cuentan con la insatisfacción corporal y el deseo de perder peso como aspecto nuclear de los síntomas. Por tanto, tampoco solemos mencionarlos en estas reivindicaciones, más centradas en el componente sociocultural vinculado a los TCA que en la alteración de la conducta alimentaria en sí misma.
Otra realidad sobre los TCA, muchas veces poco comentada, es la de los varones. Desde luego, es indudable que la Bulimia Nerviosa y la Anorexia Nerviosa afectan a 9 mujeres por cada varón, siendo patologías mayoritariamente femeninas. En ocasiones también eso contribuye a que muchos varones rechacen la posibilidad de poder estar sufriendo una patología que consideran propia de las mujeres. Incluso los propios profesionales también infradiagnostican patología alimentaria en el varón por ese sesgo. La enorme polarización por género de los TCA no está libre de crítica y nos lleva a reflexionar sobre si nos hemos acercado adecuadamente a la realidad de la imagen corporal masculina y las alteraciones de la conducta alimentaria que de ella se pueden derivar. Aunque en estos momentos no se encuentra incluida dentro del espectro de los TCA, la Dismorfia Muscular (popularmente llamada Vigorexia) es un trastorno que implica también una alteración sustancial de la conducta alimentaria y en la que encontramos unas cifras totalmente opuestas entre géneros. No parece descabellado pensar que en no poco tiempo estas personas comenzarán a llegar a los servicios de salud mental y nos emplazará a profundizar también en el tratamiento de los varones, que muchas veces se encuentran en el más absoluto aislamiento y no reciben la ayuda que necesitan.
Estos trastornos, debido al componente ego-sintónico o a la vergüenza que provocan los síntomas, se encuentran muchas veces en la oscuridad dañando día a día a la persona que convive con la enfermedad. Es por ello que la detección es un aspecto clave. Aunque los cambios relacionados con la conducta alimentaria y/o el peso serán básicos a la hora de detectar un TCA, no podemos perder de vista otros aspectos más sutiles:
- Cambios en el aspecto. Además de los cambios derivados de las fluctuaciones de peso, la enfermedad en ocasiones se esconde y en otras se exhibe. Utilizar ropa excesivamente ancha que esconda la forma corporal o disimule el deterioro, o utilizar prendas demasiado ceñidas que muestren la excesiva delgadez pueden ser un reflejo de la enfermedad.
- Cambios en el estado de ánimo. Un TCA es una manera de regular una realidad emocional con la que uno no se siente capaz de lidiar. Estar más irascible, triste o aislado nos puede poner sobre aviso de que algo no va bien.
- Cambios en el ritmo de actividad. Estar excesivamente activo hasta el punto de dejar de lado otras esferas importantes o, por el contrario, haber renunciado a hacer actividades significativas que antes realizaba puede ser un signo de alerta. La enfermedad utiliza la actividad como distractor y como quemador de calorías, y también puede aislar a la persona por la insatisfacción corporal. Muchas veces es complicado exponerse a los demás si creo que me van a juzgar como la enfermedad me juzga a mí.
- Cambios relacionales. Una adecuada y sobre todo sana red de apoyo social es un factor de protección para el desarrollo de estos trastornos, y también un apoyo fundamental durante el proceso de tratamiento. Sin embargo, durante el proceso de enfermedad es fácil detectar cambios en este sentido. Aislamiento social, deterioro de vínculos significativos o, en el otro extremo, aumento de relaciones superficiales o tóxicas, cargadas de dependencia.
- Cambios en el discurso. Hablar de comida, dietas, peso o imagen corporal es algo a lo que estamos quizá demasiado acostumbrados. Cuando la enfermedad está presente estos temas pueden ser prácticamente el único tema de conversación o convertirse en un tabú que genera tensión.
Estas pistas, desde luego unidas a las relacionadas con los síntomas (fluctuaciones de peso, presencia de vómitos, notar que falta comida en casa, deterioro en pelo, uñas, dientes, etc.), nos pueden ser de utilidad a la hora de detectar el problema. Sin embargo, la detección si no va orientada a una adecuada intervención puede cronificar más la situación. Los TCA son patologías graves y complejas, que provocan un extraordinario sufrimiento en quienes la sufren y en sus seres queridos. Pensamientos del tipo “no es que tenga un problema, es que se cuida mucho” o “es algo normal en un adolescente, se le pasará” hacen que le quitemos importancia a ciertas actitudes que son potencialmente dañinas. Tampoco, una vez detectado, podemos confundir la consecuencia con la causa: la alteración de la alimentación no es el problema, es la consecuencia de un problema subyacente. Por tanto, no podemos reducir la recuperación a que la persona “aprenda” a comer, aunque desde luego es un objetivo importante del tratamiento. El proceso terapéutico en estos casos debe ser específico, intensivo y contar con la familia como parte de la terapia. Si nos limitamos a reducir a la persona a la enfermedad que padece o a lo que pesa/come nos distanciaremos de ella y difícilmente podremos ser un recurso eficaz en su recuperación.