No resulta extraño cuando se afirma que la adolescencia es una etapa llena de cambios, tanto físicos como de diversa índole. Retos, incertidumbre, comparaciones con un grupo de pares que se vuelve esencial y la construcción de una identidad que los va a acompañar el resto de sus vidas.
En medio de esta vorágine de variabilidad, los adolescentes pueden encontrarse en un mayor riesgo de padecer un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) como la Anorexia Nerviosa, la Bulimia Nerviosa, el Trastorno por Atracón o la Dismorfia Muscular (conocida popularmente como Vigorexia). De hecho, el pico de incidencia de estos trastornos en la población femenina se encuentra en los 14 años, mientras que en los chicos se encuentra más cerca de los 17-18 años.
Los TCA son complejas enfermedades metabólico-psiquiátricas que pueden tener consecuencias graves en la salud de quienes la padecen, así como de su entorno cercano. Por ello, es fundamental darle la importancia que requieren como patología de salud mental y acudir a un profesional especializado a la mayor brevedad si tenemos sospechas de que un TCA puede estar conviviendo con nosotros en casa.
Si pensamos en detección de un TCA, debemos observar los cambios que se están produciendo en las conductas de nuestro ser querido y cómo se está relacionando con ello. Es decir, qué cosas empiezan a suceder que antes no sucedían (e.g., mirar las etiquetas nutricionales de los alimentos, cocinar sin aceite, etc.), y qué cosas han dejado de suceder que antes sí sucedían (e.g., salir con amigos, comer acompañado/a, etc.). Además, observar el grado de rigidez con el que la persona maneja estas nuevas preferencias. Por ejemplo, alguien sedentario puede comenzar a realizar actividad física y esto sería un cambio. Como tal, puede ser positivo. Sin embargo, si la persona vive con rigidez la realización del ejercicio y con ansiedad la perspectiva de no poder entrenar un día quizá podamos pensar que le está dando una importancia exagerada a esa esfera.
Por la propia sintomatología propia del TCA, las señales de alerta se van a encontrar en tres ejes: relación con la comida, relación con la actividad física y cambios relativos al cuerpo y la imagen corporal:
Relación con la comida:
- Cambios repentinos en la dieta: Restricciones severas, evitar comidas completas o grupos de alimentos, o interés extremo en dietas o “alimentación saludable”.
- Conductas obsesivas: Pesar la comida, contar obsesivamente calorías o sentirse culpable tras comer.
- Atracones o vómitos: Comer grandes cantidades de comida en poco tiempo o señales de inducirse el vómito (e.g., ir al baño justo después de comer, uso excesivo de laxantes).
Relación con la actividad física:
- Hiperactividad: Estar constantemente en movimiento, no utilizar transporte público o escaleras mecánicas, limpiar o recoger la casa frecuentemente. Todo ello con el objetivo de quemar calorías.
- Ejercicio físico excesivo: Realización de cantidades importantes de ejercicio físico (e.g., series de ejercicios, correr, bicicleta, etc.), realizar doble sesión de entrenamiento al día. En definitiva, dedicar más de 2h al día a la realización de ejercicio de manera rígida y obsesiva.
- Ejercicio físico compulsivo: Tiene que ver con cómo es la relación con el ejercicio, no tanto con la cantidad. Cuando la persona realiza el ejercicio principalmente con un objetivo de control del peso y/o la figura y la perspectiva insoportable de la ansiedad que supone no hacerlo es la razón fundamental de entrenar. Se vive como una obligación en lugar de como una apetencia.
Relación con en el cuerpo y la imagen corporal:
- Pérdida o aumento de peso rápido: Inexplicable y no relacionado con una enfermedad física.
- Alteraciones físicas: Fatiga, mareos, caída del cabello, piel seca, uñas quebradizas o menstruación irregular.
- Insatisfacción corporal: Sufrimiento importante relacionado con el propio cuerpo, conductas de evitación o sobreutilización del espejo, evitar mostrar el propio cuerpo cubriéndolo con ropa holgada, evitar eventos sociales, etc.
Aunque estas áreas mencionadas se van a ver alteradas por la propia sintomatología nuclear del TCA, no debemos perder de vista que hablamos de un trastorno en el que el componente emocional y psicológico es fundamental, tanto relacionado con el desarrollo del TCA como en cuanto al enorme sufrimiento que cargan estas personas. Por ello, conviene también estar atentos y hablar de aquellos cambios en el estado de ánimo que nos puedan preocupar. Irritabilidad, aislamiento, tristeza, ansiedad, etc. Devolver a nuestro ser querido una mirada de preocupación por lo que como allegados estamos percibiendo (e.g., “estoy notando últimamente que…”), sin que le llegue una acusación de tipo “estás enfermo” o “no estás comiendo bien”. Hablar con ellos desde la empatía y sin juicios, interesándonos por cómo se sienten y qué les preocupa.
Si confirmamos que nuestro ser querido puede estar padeciendo un TCA, es importante acudir cuando antes a equipos profesionales especializados en estos trastornos para hacer una valoración médica y psicológica del caso y valorar qué tratamiento necesita.
Es fundamental recordar que los TCA son problemas complejos y pueden afectar tanto a chicos como a chicas. Con detección temprana y apoyo adecuado, los adolescentes pueden superar estas dificultades y desarrollar una relación sana con la comida y su cuerpo.
Se acerca la Navidad, una de las épocas más complicadas del año para una persona que sufre Trastornos de la Conducta Alimentaria y para los seres queridos que desean ayudarla. Por ello, en Instituto Centta cada año ofrecemos un encuentro con psicólogos y nutricionistas especializados denominado ‘Escuela de Padres: Los TCA en Navidad’. Se celebrará el próximo jueves 12 de diciembre a las 19:00 horas para familias tanto online como presencial y es gratuito inscribiéndose en info@centta.es. Os recordamos que: «la familia es parte de la solución cuando aprende a distinguir lo que alimenta al trastorno de lo que nutre a su ser querido».
Robin Rica Mora
Director de la Unidad de TCA de Instituto Centta