Cuando un adolescente tiene un problema de la índole que sea (depresión, problema emocional, en la relación con alguno de sus padres o amigos, problemas en el entorno escolar, o relacionado con alcohol o drogas) no suele acudir a la consulta de un psicólogo a pedir ayuda, ni tampoco sienta a sus padres para hacer una valoración conjunta de la situación de cara a resolverla.
Es complicado que un adolescente, por la etapa del ciclo vital en la que se encuentra, pida ayuda verbalmente. Esto no significa que no lo haga, tiene multitud de formas de expresar su malestar, aunque no sean las más eficaces. Es una etapa de cambio, a nivel orgánico, psicológico y también a nivel familiar.
Tanto en el individuo como en su familia, hay una serie de modificaciones o presiones evolutivas que permiten a los miembros adaptarse a la nueva etapa.
También evoluciona el acercamiento emocional entre padres e hijos. Cuando se llega a la adolescencia, normalmente hay más distancia emocional entre padres e hijo y esto se puede traducir en la disminución del contacto físico.
La adolescencia es la etapa de la diferenciación entre el joven y su familia de origen, como dice Minuchin: “El adolescente tiende a desvincularse de sus padres en la búsqueda de identidad”. Hay muchas manera de llevar esta búsqueda de identidad, en función de la familia, en función de la personalidad, en función del género, etc.
Algunos adolescentes pueden llegar a vestir de manera muy particular en esta búsqueda. Otros lo hacen a través de actividades como el deporte o la música. Todo vale a la hora de incorporarlo a nuestra forma de ser, por eso es una etapa de mucha experimentación, de muchos cambios radicales.
Otra fuente de influencia son otros sistemas ajenos a la familia, como grupo de amigos, o instituciones como el colegio. El adolescente forma parte diversos grupos y no se comporta en todos ellos de la misma forma. Esto les sirve para construir un yo multifacético que se va a adaptando al grupo con el que interactúa. Esto le permite autoconstruirse.
La adolescencia es, al final, el proceso mediante el cual, ganamos autonomía y vamos adquiriendo rasgos y cualidades para construirnos. Es la etapa más crítica, de más cambios y más vulnerable.
Todas estas presiones evolutivas, que son las que generan el cambio en el adolescente y en su familia, pueden no hacer efecto por diversos motivos, lo que paraliza el ciclo vital del niño, retrasa su entrada en la adolescencia y su proceso de autonomía se ve atascado.
Entre los motivos que generan este retraso en la entrada a la adolescencia, podemos encontrar una rigidez de normas que no se adaptan a las nuevas necesidades del hijo, ahora adolescente, lo que puede desencadenar un comportamiento rebelde del joven como rechazo a esta rigidez. También altera el proceso natural de ir adquiriendo autonomía una sobreprotección excesiva por parte de los padres, que impide que el adolescente evolucione. Cuando esto ocurre, el niño recibe un mensaje incapacitante de sus padres: “te protejo tanto porque no puedes valerte por ti mismo, con lo cual, no puedes ser autónomo e independiente”. Por otro lado, pueden influir las expectativas de los padres hacia sus hijos. En caso de ser irreales, las expectativas nunca se podrán alcanzar, condenando al joven a ser un fracasado.
Además del ciclo vital, influyen otras variables ambientales, incontrolables y aleatorias que pueden ejercer presiones en el individuo que conducen a un comportamiento desadaptativo con respecto a la familia, al colegio o, incluso a las leyes.
A nivel más macro, además de las etiquetas que cada uno tiene en su familia, están las culturales: los comportamientos esperados en la conocida como “edad del pavo”. No es más que una serie de prejuicios adquiridos e inconscientes que están en la cultura popular y que nos sirven de referencia para saber como debe comportarse un adolescente o que se espera de él.
Podíamos llenar folios y folios de motivos por los que un adolescente puede atascarse y desarrollar un síntoma, pero eso no ayudaría a buscar una solución. Nunca hay una sola causa, influyen muchas variables y no hay causalidad lineal. En este caso, pensar en causa-efecto es muy simplista.
Al final, el resultado, es que el adolescente no consigue continuar con su proceso de autonomía y se queda enganchado.
Como decíamos al comienzo, el adolescente no pide ayuda verbalmente, sino que lo hace a través de su comportamiento. Este síntoma es la manera que tiene un adolescente para decirnos que algo no va bien. Cuando aparece un síntoma en una familia, ésta intenta ponerle solución, como es normal. En ocasiones se consigue y esto permite evolucionar tanto al individuo como al sistema. Pero en otras ocasiones no se consigue.
A menudo, los padres, en sus intentos de solución, se centran en el síntoma intentando ponerle remedio. En la mayoría de los casos este intento resulta contraproducente. Cuando surge un síntoma, la familia se concentra en la desaparición de éste, despistando las relaciones entre ellos. Por ejemplo, si el chaval y su padre iban a ver el fútbol juntos y tiene un mal comportamiento, es probable que dejen de ir como consecuencia. Al no hacer esta actividad juntos es probable que la relación se deteriore, el joven se siente señalado como culpable y puede intensificarse el síntoma.
Este ejemplo puede servir de reflexión de cómo estar centrado en su conducta sintomática y en la desaparición, nos puede despistar en relaciones con el adolescente. Además, le ponemos una etiqueta (el que se porta mal, el que consume sustancias, el que trata mal a sus padres, el rebelde…) y el joven comienza a percibir que solo es juzgado a partir de esa etiqueta y que no vemos más cualidades de ese yo multifacético. Solo somos capaces de verle a través de su síntoma, lo que hace que ese comportamiento se asiente más aún.
A menudo, al centro vienen padres con el hijo “obligado”, con un mensaje que se asemeja a lo hablado con anterioridad: “cambie el síntoma de mi hijo”. En la medida en que los intentos de solución que se hayan intentado antes de acudir al profesional hayan ido en la dirección del síntoma y en la medida en que la relación se haya deteriorado como consecuencia, más complejo será fortalecer el vínculo y en consecuencia, más arraigada estará su etiqueta y más complicado será el cambio.
Los adolescentes, cuando vienen a consulta, no suelen hacerlo por propia voluntad. El objetivo tanto del profesional, como de sus padres o como el suyo propio, es reactivar ese proceso de autonomía interrumpido, que el entorno le facilite esa búsqueda de indentidad y que el síntoma no sea el impedimento para que el joven, en este proceso de construcción de sí mismo, pueda desvincularse de sus padres sin que esto resulte traumático para ningún miembro de la familia.
Eduardo Torres Celdrán
Unidad de Psicología Familiar