Nuestra vida es un constante devenir de relaciones: ese espacio en el cual se vinculan personas, se manifiestan cada una de ellas y generan dinámicas que van creando historias. Gracias a ellas nos sentimos mejor, pero también son una fuente de conflictos, marcando en gran medida la calidad de vida de las personas.
Sin embargo, estar dentro de una relación no supone ser víctima o ser un sujeto pasivo ante sus implicaciones, nada más lejos de la realidad, ya que cada parte influye decisivamente en el recorrido, además de ser el espacio donde nos manifestamos, siendo co-creadores de las mismas. Este concepto es incompatible con la idea de incapacidad para cambiar o modificar la manera en la que soy tratado y lo que ocurre en mis interacciones, ya que ninguna relación en la que estamos inmersos se mantiene igual. Si modificamos nuestra manera de responder al sistema establecido, evidenciando un margen de flexibilidad, dinamismo y responsabilidad que va en consonancia con una participación más auténtica con el otro, de manera que no será una excusa para mantener algo que no deseamos. El precio de dicho cambio es la responsabilidad.
Mirándonos en el espejo de las relaciones podemos ver lo que de otra manera es posible que nos cueste ver. Es decir, se manifiesta lo que hemos aceptado y permitimos, filtrándose el estilo con el que nos relacionamos con nosotros mismos, quedando atrapados en un círculo vicioso, que nos hace creer que somos meras víctimas del otro y hay que “castigar” al de fuera.
Cuando conseguimos asimilar esto, ocurre el gran cambio. Vemos que la realidad es que no podemos hacer cambiar a la persona con la que tenemos que relacionarnos, pero sí podemos modificar la manera en la que nos manifestamos respecto a ella, originando un nuevo espacio virtual y emocional que nos une o aleja del otro.
Cuando asimilamos esa responsabilidad, nos hacemos cargo de nuestros sentimientos, miedos, necesidades y dignidad, responsabilizándonos de las elecciones que tomamos, apostando por relaciones sinceras, honestas y comprometidas, basadas en unas pautas simples como:
–Asertividad: considerando los derechos propios tan importantes como los de todos y ninguno por encima de los demás.
–Empatía: teniendo en cuenta el punto de vista de los demás, aunque no se comparta, legitimando de esa forma, las emociones que hay en juego, su expresión y gestión.
–Respeto: abandonando la necesidad de tener razón, manipular o cambiar el punto de vista de la otra persona, y permitiendo, de esa manera, que cada parte pueda expresar abiertamente sus deseos, pensamientos o habilidades, aunque no coincida con ideas que consideramos incuestionables.
Creo poder afirmar que:
Cuidando de los demás, cuidamos de nosotros
y cuidando de nosotros, cuidamos de los demás.
Pero como no siempre resulta fácil de llevar a cabo, puede ser interesante solicitar la ayuda de un profesional, que acompañe tanto al individuo como al ser social que todos somos y refuerce esta habilidad tan básica como necesaria.