¿Quien no ha sido testigo del pataleo, grito, insulto o empujón de un niño hacia alguien o algo? Antes o después, todos tenemos experiencias más o menos cercanas de agresividad infantil, y cuanto menos es una situación que no resulta indiferente. Puede generar diferentes puntos de vista, respecto al origen y al cómo gestionar el momento, incluso si cabe la opción de recurrir a un psicólogo infantil.
Esas reacciones tan frecuentes como incómodas, son lógicas y normales en ciertas edades. Aparecen alrededor de los 2 años, debido a la inmadurez de la corteza prefrontal que es la encargada de regular las emociones, haciendo que el niño exprese su malestar a través de conductas agresivas. La manifestación de la agresividad infantil alcanza el punto álgido entre los 3-4 años, y en muchos casos se extienden hasta los 6-7, siendo a partir de entonces cuando conviene prestarles cuidadosa atención.
Como hemos comentado, su aparición se debe al principio a la inmadurez de la zona encargada de la regulación emocional, llevando al pequeño a tener que manifestar su incomodidad, frustración, miedo o ira a través de conductas agresivas, pero a medida que el niño va creciendo debe ir aprendiendo a gestionar las emociones de una manera más adaptativa. Es decir, la educación debe lograr que al crecer dejen de manifestarse las conductas de cólera.
La agresividad infantil manifiesta diferentes alteraciones del ámbito familiar, social y/o personal. Dentro de la familia de un niño que manifiesta agresividad, podemos encontrar alguno de estos factores de riesgo:
También puede haber factores a nivel sociocultural que fomentan la aparición de agresividad infantil, ya que tienden a:
Y también una agresividad infantil puede estar manifestando unas dificultades personales que deben ser tenidas en cuenta. Entre ellas pueden estar:
En primer lugar, es fundamental incrementar la convivencia entre padres y niños pequeños con una comunicación individualizada y cálida para que la formación de lazos afectivos se refuerce y que ello haga posible la transmisión de valores que fomenten la empatía, la generosidad o la autoestima, que son los grandes inhibidores de la agresividad, enseñando a la vez, que la agresión es una estrategia poco apropiada para conseguir objetivos.
Es necesario que los padres sean conscientes de los factores de riesgo que pueden estar acumulándose detrás de la manifestación de la agresividad de su hijo, para poder comprender e intervenir adecuadamente. A pesar de las dificultades personales que pueden estar en el niño que presenta conductas agresivas, los estudios demuestran que pueden ser reducida y reconducidas con el ambiente educativo adecuado, enseñando al niño a responder de una manera que esté basado en un modelo alternativo y más adaptativo que la agresividad. Según Belsky (1991) el temperamento del niño puede ser influido por los padres, tanto de forma positiva como negativa.
Por lo general, unas pautas básicas pueden ayudar a los padres a gestionar la agresividad infantil y controlarlo en casa, como: la eliminación de elementos desencadenantes, premios, castigos, modelado, cambio de creencias, cambio de sentimientos, formación de hábitos, y razonamiento.
Conviene comenzar desde el principio y en el periodo de 2 a 5 años, y las medidas más eficaces son:
El objetivo primordial ante las conductas agresivas, no es que el niño obedezca sino que aprenda a controlar su agresividad.
En ningún caso y bajo ningún pretexto, deje que desde pequeño el niño consiga lo que desea cuando patalea, grita o empuja a alguien o algo. Espere a dárselo cuando lo pida de forma calmada dándole instrucciones acerca de cómo debe hacerlo, y refuércele con una sonrisa, o un «así me gusta», reconociendo siempre cualquier intento por pequeño que sea, de comportarse adaptativamente en situaciones conflictivas.
Pero a pesar de estas sugerencias, veces la situación resulta preocupante y demasiado difícil de gestionar y los padres deben plantearse la necesidad de pedir ayuda a un psicólogo infantil cuando la edad, duración, frecuencia e intensidad de los episodios de agresividad, supera a lo esperado, separando lo que es un periodo evolutivo de lo que es un problema o un trastorno.
Podemos hablar de problema cuando tiene un origen educativo, y trastorno a lo que tiene un origen biológico, tratándose en todas las opciones de un asunto muy serio, ya que un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia predice, no solo la manifestación de agresividad durante la adolescencia y el resto de la vida, sino una mayor probabilidad de fracaso académico y la existencia de otras patologías psicológicas durante la edad adulta.
El psicólogo infantil debe valorar qué factores de riesgo pueden estar influyendo en la conducta agresiva infantil y plantear una estrategia para reconducción de la situación, trabajando tanto a nivel individual con el menor, como con la familia y entorno socioeducativo.
La intervención debe incluir programas para aprendizaje autorregulación emocional, construcción de los sistemas ejecutivos y al aprendizaje de las normas morales.
Para reducir la agresividad infantil, el psicólogo, tendrá que orientar a los padres hacia un estilo educativo adecuado que incluya la atención, dedicación, afectuosidad, control, flexibilidad y disciplina, con capacidad de negociar, ya que es según demuestran los estudios, los que generan niños sin problemas (Schaffer, 1989).