Todos hemos sentido en mayor o menos medida deseo sexual: cuando vemos a la persona que nos atrae, cuando fantaseamos, cuando vemos ciertas escenas de películas, o simplemente aparece sin saber la razón. Pero, ¿sabemos cómo funciona realmente? ¿Podemos aprender a aumentarlo?
El deseo, no solamente el sexual, suele seguir una serie de pasos de los que no siempre somos conscientes.
En primer lugar, cuando se nos presenta un estímulo (real o imaginario) experimentamos un desequilibrio, el cual produce una necesidad orientada a dicho estímulo. Esta necesidad es el llamado deseo. Dicho deseo puede darse tanto hacia un objeto fantaseado, el cual conocemos y sabemos que nos satisface, guardado en la memoria, o hacia un objeto fantasmático, que son aquellos con los que no tenemos experiencia pero creemos que nos pueden llegar a gustar.
Por ejemplo, un objeto fantaseado puede ser el baño de burbujas que te diste la semana pasada. Fantaseas con que se repita, con la paz que sentías en ese momento, y que te gustaría volver a sentir. Por el contrario, un objeto fantasmático podría ser ir a un restaurante japonés, al que nunca has ido pero crees que podrías disfrutar de su cocina.
Una vez generado el deseo, se ponen en marcha estrategias para conseguir el objeto real, y así poder llegar a satisfacer o cubrir esa necesidad inicial. Si el resultado es el displacer, en la siguiente ocasión inhibimos dicho deseo para evitar la misma sensación de desagrado, siendo en este caso el no volver a ir a un restaurante japonés. Sin embargo, si la experiencia ha sido placentera, el deseo se activará con mayor facilidad en situaciones similares.
Por ello, para desarrollar el deseo sexual es necesario erotizar los sentidos, ya que van a ser los estímulos que aviven nuestro deseo. Aprendiendo a focalizar la atención en los estímulos estaremos más abiertos a captarlos y darnos permiso para sentir deseo. Así, poco a poco iremos ampliando nuestros estímulos eróticos y nuestras fantasías. Sean del tipo que sean, la función de la fantasía es ayudar a aumentar nuestro deseo. No necesariamente queremos que se hagan realidad, sino que es algo que nos facilita el actuar para conseguir un fin. Por esta razón no se debe sentir vergüenza ni culpa cuando se fantasea con ciertas situaciones y personas, ya que no es una meta que nos propongamos verdaderamente.
Hay dos tipos de estímulos que podemos utilizar para erotizar nuestros sentidos y así aprender a tener el control de nuestro deseo, haciendo que aparezca cuando veamos oportuno. Los primeros, son los estímulos externos, aquellos que percibimos por los sentidos. Algunos ejemplos pueden ser películas, libros, masajes, música… Los segundos, los internos, se refieren a las fantasías.
Para familiarizarnos con las sensaciones corporales, es decir, estímulos externos, podemos realizar actividades cotidianas poniendo especial atención en las sensaciones placenteras que nos produce. Puede ser una ducha, en la que se irá observando cómo acaricia el agua caliente cuando resbala por la piel, la suavidad de las manos recorriendolos hombros, el vientre, las piernas, el tacto de la esponja, observar cómo brilla la piel… La piel es un órgano muy sensible, por lo que resulta sencillo sentir placer estimulándola de forma adecuada. Lo mismo podemos hacer mientras nos aplicamos crema corporal o con cualquier estímulo externo que se ha mencionado.
Para poder centrarnos en las sensaciones, es necesario que se encuentre un momento y generar un ambiente en el que uno se sienta completamente cómodo y libre de interrupciones. Se puedes probar con poner música relajante de fondo, poner la luz más tenue o incluso poner velas aromáticas, de esta forma también se estimula el olfato.
Respecto a los estímulos internos, generalmente no se suele estar familiarizado con fantasías propias, en ocasiones hay que adaptar los aspectos más apetecibles de las fantasías que se nos exponen en libros de literatura erótica para poder diseñar las propias, hechas a medida. Si sí se tienen, el proceso es el mismo como con los estímulos externos: activar la fantasía y ver cómo va reaccionando el cuerpo, qué cambios hay y qué partes son más excitantes.
Estos ejercicios son sencillos y no interfieren en las actividades cotidianas. Lo esencial es incorporarlos a la vida diaria. Con ello conseguiremos tener el control de nuestro deseo, tener herramientas para evocarlo cuando sea oportuno y hacernos responsables de nuestras necesidades.
Silvia Cintrano
Directora de la Unidad de Sexología y Terapia de Pareja.