Uno de los mantras del culto al cuerpo es la frase de “no hay cuerpo imposible sino mente incapaz”. Al leerla, uno puede tomarla como un desafío para alcanzar una determinada meta física y motivarse, pero por el lenguaje despectivo que utiliza también alguien podría extraer mensajes castigadores del tipo: “si no estas consiguiendo tu objetivo es que no has hecho lo suficiente, esfuérzate más, dobla la apuesta, echa más horas, no eres constante, sacrifícate para lograrlo, paga el precio que sea, tú eres el problema…” Estas frases tampoco son malas en sí mismas, pero en determinadas personas pueden ser usadas como el combustible que alimenta una determinada obsesión o inseguridad y terminar degenerando en un problema grave.
La presión social en este sentido es enorme y en muchos casos difícil de combatir. No porque esté mal hacer deporte o llevar una alimentación sana, sino porque el motor para hacer estas cosas no es la salud, sino la estética. En estos casos el llamado sesgo de inversión puede jugar en estas personas, y en el mantenimiento de una patología ya asentada, un papel relevante. El sesgo de inversión hace referencia a una creencia irracional por la cual nos mantenemos en una determinada situación o idea a pesar de no estar dando los resultados esperados. Esto explica por qué cuando llevamos mucho tiempo esperando en la cola lenta del cine no nos pasamos a la que evidentemente va mas rápida porque “no sea que cuando me pase, la mía comience a acelerar”. Este proceso, frecuente en todas las personas, es particularmente dañino cuando hay un TCA establecido, ya que mantiene los esfuerzos por lograr el ideal estético y empuja a extremar aun más las medidas de control corporal.
Al empezar una dieta o una determinada rutina de ejercicio, en función de la información que tengamos al respecto, nos estableceremos unos plazos u otros en los cuales se deberían ver unos resultados. Sin embargo, otro de nuestros sesgos cognitivos puede aquí jugarnos otra mala pasada: la falacia de planificación. Todos alguna vez hemos hecho la estimación de que preparar una determinada tarea (un examen, un proyecto, etc.) nos va a llevar un tiempo concreto y luego nos damos cuenta de que no estamos cumpliendo los plazos. Este proceso de planificación sesgada también se ve implicado cuando creemos que los resultados vendrán en un tiempo más corto o más largo del real, o que serán de una manera determinada. En personas susceptibles de padecer un problema alimentario una planificación irreal puede suponer una enorme frustración y, de nuevo, un empuje a dar otra vuelta de tuerca al “esfuerzo y sacrificio” que estamos haciendo.
Por último, y no por ello menos importante, otros de nuestros “fallos” de cognición social podrían estar de alguna manera implicados en alguna de las fases del desarrollo o mantenimiento de un trastorno de la conducta alimentaria. Son las dos caras de una misma moneda: el sesgo optimista y el sesgo negativo. Imaginad que os sentís inseguros por alguna cosa, algún complejo o algo que en ese momento no está correcto y no os gustaría que nadie lo evidenciara. Imaginad que estáis en un evento social, con mucha gente, habláis con muchísimas personas y el ambiente está siendo agradable y natural. Estáis distraídos, cómodos y el tiempo pasa rápido. Sin embargo, en algún punto alguien hace un comentario, directa o indirectamente, intencionado o no, sobre el objeto de nuestra inseguridad. En este momento es probable que lo que mejor y más marque el recuerdo de ese encuentro maravilloso sea ese único comentario negativo, por lo que no nos iremos con una sensación muy agradable probablemente.
En cualquier caso, el miedo a ese rechazo y esa negatividad, sin un objetivo difícilmente nos llevarían a desarrollar una patología alimentaria. Quizá pueda empujarnos al aislamiento social y a quedarnos en casa por miedo a esos comentarios, pero eso sería otro tipo de cuadro. Podríamos incluir aquí ese otro factor, el sesgo optimista. En general, el ser humano tiende a pensar que las cosas van a cambiar para mejor, que las cosas se solucionarán y que es necesario un único cambio para que lo malo se convierta en bueno. Por tanto, mi inseguridad y todo lo que implica desaparecerá si consigo determinado físico. Y es aquí cuando se cae en la trampa. Si el miedo me mueve hacia un objetivo irreal, invertiré mucho tiempo y mucho esfuerzo, y como no llega el resultado –irreal-, seguiré invirtiendo, y así se cierra el círculo.
Robin Rica Mora
Director de la Unidad de TCA