Las navidades son fiestas señaladas y especiales para las parejas y sus familias. Existe toda una construcción social entorno a estas fechas que hacen que la significación de esta festividad cobre un valor importante sobre el que resulta pertinente reflexionar.
Son las fechas del hogar, del encuentro, de la familia, de la solidaridad, del dar y recibir, del consumir, del reunirse en torno a una mesa, del volver, del estar unidos.
Resulta complicado no contagiarse del entusiasmo que producen estas ideas que todos tenemos interiorizadas sobre estas fechas y su valor y es que, por seguro, la Navidad es un ritual en sí mismo, un ritual social, pero su verdadera importancia reside en que se convierte en el escenario donde se dan lugar otros rituales, los de pareja.
Entendemos por ritual de pareja la consecución de una serie de acciones conjuntas que se caracterizan por su alto valor psicoemocional y que va destinado a unir a los miembros de la pareja a través de ideas compartidas. De esta forma, el ritual es el mecanismo empleado para reafirmar el vínculo afectivo que nos une y construir y definir nuestra pertenencia e identidad a través de una serie de ideas o mitos compartidos.
Si pensamos en un ejemplo, a Pilar y a Juan, que se conocieron una noche en un concierto de U2, les gusta celebrar su aniversario con una cena romántica mientras suena una de las canciones del grupo, ya que este ritual es una forma de reforzar lo que ambos han construido a través de una actividad que les une y que tiene un grado de significación emocional importante para ambos.
Una vez entendida la importancia de la Navidad como escenario para realizar rituales relacionales que nos aportan pertenencia e identidad podemos comprender también las presiones y retos que esto supone.
Parejas que arrastran problemas cristalizan todos sus conflictos en esta fecha. Pasar más tiempo juntos, en torno a una mesa, celebrando el encuentro, no siempre es algo fácil de realizar si la relación está deteriorada. Este escenario que debiera servir para un ritual de unión se utiliza como uno de redención y ajuste de cuentas no resueltas. Podemos concluir que como las personas que se llevan a la cama los problemas que no resuelven en su día a día, las parejas se llevan a las navidades aquellos conflictos no resueltos, ya que no están preparados para un encuentro sin que estas circunstancias aparezcan como armas arrojadizas.
Además hay que unirles otros estresores, como la participación de las familias de origen, tomando decisiones de con quién debemos pasar las navidades y conviviendo con problemas no resueltos con la familia nuclear o política. En realidad esto no deja de ser un elemento a través del cual las parejas evalúan y negocian el grado de compromiso con respecto a su relación. Problemas del tipo “siempre celebramos las navidades con tu madre” son en realidad negociaciones sobre el grado de implicación con el proyecto de pareja que nos une y de diferenciación con nuestras familias de origen.
Además, la organización, la comida, la cantidad de estimulación consumista, compras, preparativos, desplazamientos,… convierten esta fecha en una prueba de resistencia que recae sobre el vínculo de pareja y que no siempre esta puede sostener.
La comunicación, clave para resolver los problemas
Hay un factor que resulta trascendental para resolver algunos de estos problemas: la comunicación, ya que es la herramienta transformadora de la relación que permite organizarla, moldearla y flexibilizarla en base a las necesidades de los miembros de la pareja. La comunicación verbal y no verbal nos sirve para coconstruir lo nuestro y es importante poder centrar estas conversaciones hacia lo que necesitamos de nuestra relación estas navidades y así poder escapar de diálogos críticos cargados de reproches que se centran más en quién tiene razón y menos en qué podemos hacer.
Por todos estos factores las consultas de pareja se multiplican después de las navidades, buscando un experto que les ayude a resolver estos conflictos. Podríamos concluir que las navidades son en realidad un ritual de unión de la pareja o de termómetro que nos permite contactar con el grado de funcionalidad y disfuncionalidad del vínculo afectivo.