Los principales motivos para acudir a un psicólogo tienen que ver con los problemas con los hijos. A menudo son los padres los que llaman desesperados o muy preocupados porque alguno de sus hijos tiene problemas, o bien académicos, o relacionados con la aceptación de normas o bien de convivencia, identificándolos como lo que se conoce como un hijo tóxico.
Lo que vienen buscando es un experto en psicología familiar que les ayude a solucionar el problema y quizá en esta demanda y la posterior respuesta del profesional reside uno de los elementos más importantes para garantizar que la terapia funcione. Me refiero a que lo esperado cuando nos traen a un hijo que se encuentra en la infancia o adolescencia es que este venga con la etiqueta de hijo tóxico. Esto ya nos permite saber como entiende la familia el problema, detrás de esa etiqueta hay una afirmación un tanto perversa que condecora al hijo como el elemento discordante que causa dolor a todos los miembros de la familia. Sin entrar en plantearnos como con una afirmación así, aceptada por todos, vamos a lograr que el hijo se sienta mejor, lo realmente relevante es reflexionar sobre otra realidad escondida sujeta a dicha narrativa. El poseer una medalla tan bien sujeta a la solapa que te condecora con semejante título otorga al ‘hijo tóxico’ un poder ya que en sus manos está la estabilidad, el sufrimiento, el éxito y el fracaso de toda una familia.
Planteaba entonces que cuando unos padres traen a su hijo tóxico para resolver los conflictos que éste genera tenemos, como psicoterapeutas, la primera prueba de fuego que consiste en aceptar que nosotros como expertos vamos a resolver el problema o bien, rechazar ese papel y tratar de empoderar a los padres.
¿Qué enfoque funciona mejor ante un hijo tóxico?
- Si nosotros aceptamos que vamos a resolver el problema probablemente veamos en individual al niño o adolescente tratando, mediante la terapia, conseguir quitarle esa medalla de hijo tóxico que tanto poder le otorga. A la vez estaremos aceptando, sin darnos cuenta, que los padres son incapaces de hacer nada y somos nosotros la solución. Con suerte trabajaremos con el hijo un par de cosas, y se lo devolveremos a sus padres bien amaestrado. Aceptamos en definitiva la etiqueta, que el problema de la familia es el hijo y la solución es el terapeuta.
- Si por el contrario ponemos el foco en la familia, nuestra misión se centrará en trabajar con unos padres que se sienten incapaces de cara a empoderarse para que retomen mediante un “golpe de estado emocional” todo su poder. A la vez creamos un espacio para trabajar con el hijo tóxico. Así estaremos ayudando a quitar estigmas sobre quien tiene y quien no tiene el problema y mandando un mensaje contundente: la familia es parte de la solución y todos tenemos que ayudar a conseguir objetivos. No hablamos de un hijo tóxico, hablamos de una familia que necesita ayuda, pero que tiene la capacidad de resolver sus problemas.
Algunas de las principales características que encontramos en estas familias que vulgarmente se definen como familias con un hijo tóxico son:
- Dificultad para poner normas y límites.
- Utilización excesiva de castigos.
- Serias dificultades en la comunicación.
- Presencia de escaladas simétricas en forma de peleas, pulsos, disputas que se repiten con frecuencia.
- Presencia de sensaciones de rabia, ira, indefensión, angustia y frustración.
- Peleas entre hermanos.
- Pobres relaciones conyugales.
- Incoherencia entre los padres a la hora de llegar acuerdos sobre la educación de los hijos.
Características generales que suelen otorgar la medalla de hijo tóxico:
- Fuerte impulsividad.
- Baja tolerancia a la frustración.
- Dependencia emocional.
- Falta de autonomía.
- Sentimiento de rabia hacia los progenitores que les lleva a instalarse en el reproche y el victimismo.
- Sesgos cognitivos del tipo polarización del pensamiento: “todo o nada”.
- Procesos depresivos y ansiedad generalizada enmascarados en el conflicto relacional.
Así pues, llegados a la situación de identificar a un ‘hijo tóxico’ en la familia, es importante reflexionar sobre el papel de todos los miembros de la familia y lo que pueden aportar de cara a solucionar los conflictos familiares. No es justo que una medalla impuesta otorgue tanto poder y tanto estigma a una sola persona, pues el bienestar de la familia depende de todos sus miembros.