Con la llegada de las vacaciones y el verano, las familias se juntan para viajar, para pasar tiempo juntos, disfrutar del merecido descanso y compensar el esfuerzo de todo el año en una estampa perfecta de relax, diversión y ocio todos juntos. Lo cierto es que, con mucha frecuencia, esa estampa no se acerca a la realidad y las expectativas que depositamos en el verano se truncan por la convivencia en familia.
Ahora bien, ¿son unas vacaciones capaces de deteriorar una familia? Esta es una pregunta muy frecuente entre las personas que acuden a terapia de familia o a terapia de pareja, lo cierto es que sí y que no, a continuación lo expondremos.
Hay ciertos factores de riesgo característicos de las vacaciones, que influyen para que aparezcan roces. Las expectativas por ejemplo, ya que a menudo idealizamos tanto las vacaciones como la convivencia, y cuando algo no sale como esperamos nos enfadamos. La falta de rutina, teniendo en cuenta que a lo largo del curso hacemos verdaderos esfuerzos para organizar los horarios y la semana y acabamos funcionando como relojes precisos, las vacaciones nos obligan a afrontar más tiempo sin hacer nada, más convivencia y más improvisación. Todos estos factores ejercen una presión en la familia que les obliga a adaptarse, flexibilizarse y atender tanto a las situaciones como a las necesidades de todos los miembros. Lo normal y esperado es que se discuta, se negocie, se pelee y se solucione, pero cuando esto último no ocurre, lo que sale a la luz son conflictos irresueltos a lo largo del curso que florecen en esta etapa por su naturaleza. Con lo cual, en vacaciones se discute, pero no se generan crisis profundas. Éstas atienden más a otros problemas que estaban presentes durante el curso pero han explotado ahora.
Algunos de estos problemas tienen que ver con la estructura familiar, por ejemplo, si el padre ha est
ado trabajando todo el año y de la crianza de los hijos se ha ocupado la madre, es difícil que durante el periodo vacacional el padre consiga hacer una inclusión limpia, ya que sus opiniones, acciones, límites o intervenciones, van a entrar en conflicto tanto con los chicos como con la madre. A menudo se mantienen determinados roles que no ayudan a desconectar, por ejemplo, que la madre se encargue también de las cosas de casa durante las vacaciones cuando el padre ya no trabaja y los hijos no están de exámenes, es un problema que estallará tarde o temprano.
Por otro lado, hay que evaluar como está repartido el poder en casa, en esta cultura de todo por los hijos a los padres les cuesta poner determinados límites, y en verano, al pasar más tiempo juntos, y al no tener obligaciones escolares, el poder acaba teniéndolo el hijo, ante la postura de unos padres que se sienten incapaces de controlarlo o de que los planes salgan como habían previsto. Este tipo de cosas son las que se trabajan en terapia familiar con todos los miembros, potenciando una autoridad positiva por parte de los padres o generando habilidades comunicacionales y negociación.
Por lo general, las vacaciones son un caos, pero las familias tienen recursos para resolverlo, aceptar el caos no es sencillo, y cuando en la familia hay asuntos sin resolver, son más vulnerables.
En las terapias de pareja y de familia, lo que se trata de fomentar es las flexibilidad, la organización y planificación y herramientas comunicativas para adaptarse a las necesidades de todos y poder negociar. Pero sobre todo, a tratar de resolver aquellos conflictos que, aunque se manifiesten en verano, permanecen todo el curso.
Las vacaciones son un reto para la familia, para ver si ésta tiene la capacidad y la flexibilidad de adaptarse a las necesidades de cada uno de los miembros. Por eso es tan importante una organización que incluya a todos, desde la pareja, los hijos y los padres. Esto requiere habilidades de negociación, comunicación entre todas las partes para exponer y tratar las diferentes opciones y demandas de cada uno. Un reparto adecuado del poder, que permita a los padres tomar las decisiones, pero atendiendo la opinión de los demás. Y aceptar que la convivencia conlleva roces, y cuando estos ocurren, hay que saber cerrarlos adecuadamente.
Eduardo Torres
Unidad de Psicología Familiar