Desde que Internet y los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se conocieron, allá por comienzos de los años 90, se ha venido alertando de la influencia nociva de las llamadas webs pro-ana o pro-mía (abreviaturas de pro-Anorexia y pro-Bulimia). En el comienzo de este idilio, las webs eran una especie de mensaje en una botella que alguien enviaba al inmenso mar de internet, es decir, eran más bien estáticas. En ellas se exponían trucos y recomendaciones para perder peso de forma extrema, generando el lenguaje y las señas de identidad propias que sembraron la semilla de lo que sería una comunidad mundial de TCAs en interacción con el salto a los blogs y los foros. Citando el ya clásico informe realizado por la Agencia de Calidad de Internet (IQUA) y la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB), entre los años 2006 y 2010 las webs con contenidos que hacen apología de los TCA habían crecido un 470%.
Aunque las webs, blogs y foros siguen formando parte de la realidad del mundo online, la llegada de las redes sociales ha supuesto un cambio sustancial en el uso de internet a nivel comunitario. Según el último Estudio Anual de Redes Sociales elaborado por Interactive Advertisging Bureau (IAB) en España en el año 2017 un 86% de los usuarios de internet utilizan redes sociales, lo que supone una cifra en torno a los 19 millones de personas. De éstos, el 30% tiene entre 16 y 30 años.
Una red social en este contexto es, por definición, una “plataforma digital de comunicación global que pone en contacto a gran número de usuarios” (Real Academia Española, 2016). En este sentido podemos encontrarnos desde redes más orientadas al mundo laboral como Linkedin a otras vinculadas al ocio como Facebook o Youtube. En nuestro ámbito, y dado el alto componente visual que tiene, destaca Instagram. Según el citado informe de IABSpain, esta red ha aumentado significativamente su notoriedad respecto al informe previo, situándose como la tercera red más presente en la mente de los usuarios de internet.
Si acercamos la lupa a los datos de Instagram, nos encontramos que el 51% de sus millones de usuarios accede a diario y un 35% más de una vez al día. Además, el 68% de sus usuarios son mujeres y para el 32% de la población adolescente es su red social más importante. Por tanto, Instagram es una red en la que confluyen dos aspectos demográficos que se consideran factores de riesgo para el desarrollo de un TCA: ser mujer y ser adolescente.
A finales de los 90 el fallecido George Gerbner propuso la llamada Teoría del Cultivo. En ella plantea cómo la exposición a los medios de comunicación influye a la hora de construir nuestro concepto de la realidad. Aunque esta teoría se formuló respecto a la influencia en particular de la televisión, sus postulados se mantienen vigentes como aproximación al fenómeno de las redes sociales. Estamos sobreexpuestos a un ideal estético delgado que con las nuevas tecnologías se ha hecho omnipresente, y esta sobreexposición es la que contribuye a internalizar este mensaje como una realidad. Diversas investigaciones ya han demostrado que la exposición al ideal estético delgado es directamente proporcional a la evaluación negativa del propio cuerpo (Grabe, et al. 2008; Harrison et al. 2006). Por tanto, no sorprende el dato de que estadísticamente sea más frecuente encontrar mujeres con un grado moderado de insatisfacción corporal que aquellas que se sientan satisfechas con su cuerpo (Stice & Shaw, 1994). Incluso se observa que un escandaloso 81% de niñas de 10 años muestran un miedo intenso a engordar (Mellin, et al., 1991). Es precisamente la presencia de insatisfacción corporal un factor de riesgo específico y uno de los aspectos nucleares de los TCA.
Cuando uno siente una gran insatisfacción con su imagen corporal es posible que realice determinadas conductas para obtener el cuerpo que desea, aunque éste sea difícilmente alcanzable y las estrategias para ello pongan en peligro su salud. Pasando de las clásicas “carreras de kilos” a los hashtags específicos sobre la búsqueda de la delgadez, el #thinspiration o #thispo es el paraguas bajo el que la enfermedad se da a conocer a través de Instagram. No sólo eso, sino que la presión ha ido más allá de la simple bajada de peso, focalizándose en partes concretas del cuerpo. De este modo, conceptos como thigh gap, collarbones o el A4challenge tuvieron su momento álgido en las redes y aún siguen circulando por internet, animando a jóvenes de todo el mundo a participar en el “desafío”.
Dado el peligro que entrañan este tipo de contenidos en las redes sociales, algunas plataformas decidieron en el año 2012 -año en el que comienza el thigh gap– tomar cartas en el asunto. Así, a partir de ese año redes como Tumblr, Pinterest y la propia Instagram vetaron los contenidos que hacían apología de los TCA, como el #thinspiration. Sin embargo, hecha la ley hecha la trampa y la comunidad pro-TCA tuvo que adaptar su propio lenguaje para burlar la seguridad de las redes sociales. Y lo consiguieron.
Para cualquier comunidad o grupo social el lenguaje es muy importante, ya que con él se construye la identidad del grupo. Como hemos visto, la comunidad online pro-TCA cuenta con un léxico propio con el cual identificarse e, incluso, diferenciar entre los participantes iniciados de los veteranos. A raíz de la política de moderación de Instagram, ese lenguaje tuvo que evolucionar y lo hizo de la manera más sencilla: cambiando letras. En un interesante y reciente estudio al respecto de Chancellor, Pater, Clear, Gilbert & De Choudhury (2016), observaron que la comunidad pro-TCA pasó de manejar 17 tags entre los años 2011 y 2012 a casi 700 variaciones en los años posteriores (e.g., anarexic, anorexiaa, thynsporation, thinsp00, etc). Este enorme incremento cuestiona seriamente la efectividad de la política de moderación de Instagram para frenar este fenómeno (Gregoire, 2012), que continúa expandiéndose desde los tags más obvios a las nuevas variaciones, conceptos y desafíos (e.g., bodycheck, bonespo, anamia, size00, needtobeskinny, brokenana, secretsociety123, wanttobeskinny, etc.).
El fitspiration por su parte se presenta como la hermana saludable e inocua del thinspiration, fomentando y motivando a la gente a ejercitarse y alimentarse de forma “saludable” y, sobre todo, a mostrarlo. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Boepple y Thompson, de la Universidad de South Florida en Tampa, realizaron en el año 2016 un análisis del contenido tanto de thinspiration como de fitspiration. Al hacerlo encontraron que casi el 90% de los sitios de thispiration y el 80% de los de inspiración fit contenían mensajes de culpabilidad respecto al peso, estigmatización del peso o la grasa corporal, cosificación del cuerpo y mensajes relacionados con restricción alimentaria. Parece que quizá no sean tan diferentes después de todo y el fitspiration sea un refugio más (y más seguro) en el que la enfermedad puede esconderse. De hecho, ya podemos encontrar incluso como la Ortorexia ha sido bautizada y transformada en “princesa” bajo el nombre de Alisa (i.e. ALImentación Sana).
A pesar del incansable bombardeo de imágenes y presión que existe en las redes, en las profundidades de internet una pequeña comunidad (cada vez menos pequeña) pretende alzarse como la Resistencia al imperio de la delgadez: el fenómeno del Body Positive. Este movimiento de fomento de una imagen corporal positiva se relaciona también con las comunidades pro-recuperación de TCA, apostando por la aceptación de la diversidad corporal y por una alimentación equilibrada, pero, sobre todo, flexible (Jafari, 2016). Sin embargo, aunque el objetivo de hacer de la diversidad corporal algo valioso en sí mismo, el Body Positive ha sido considerado por algunos autores como demasiado idealista y poco práctico, especialmente para aquellas personas que ya están sufriendo un TCA (Rakova, 2015).
Desde luego parece complicado plantearle a alguien que lleva mucho tiempo y esfuerzo invertido en odiar su cuerpo que a partir de ahora debe amarlo. Además, sin decirle exactamente cómo se hace eso. Quizá los terapeutas hemos podido pecar de ingenuos y tenemos que ver qué estadios intermedios existen entre el odio y el amor al cuerpo. En este sentido los clínicos -no íbamos a ser menos- también hemos hecho nuestras propias variaciones del lenguaje a la hora de matizar la aproximación al trabajo con la imagen corporal negativa.
En esta línea, conceptos como el de funcionalidad corporal (Alleva et al., 2016) o aceptación corporal se han propuesto como primeros pasos a la hora de comenzar el proceso de recuperación hacia una imagen corporal más positiva. Otro término recientemente introducido en el trabajo clínico con TCA es el de neutralidad corporal (Fabello, 2016; Isaacs, 2016; Rakova, 2015). Desde esta perspectiva el objetivo se aleja de la autoadmiración corporal, reduciendo así la presión hacia lograr una imagen corporal positiva durante el proceso de recuperación. El objetivo principal desde este enfoque sería fomentar una actitud neutral hacia el propio cuerpo, libre de juicios tanto de amor como de odio.
Desde la comunidad pro-TCA se habla de estos trastornos como un estilo de vida, glorificando y aportando un halo de elitismo y glamour a todos los contenidos publicados mediante filtros y montajes fotográficos artísticos. No obstante, los mensajes que se exhiben desde estas cuentas muestran una profunda vergüenza y sufrimiento, llegando incluso a la exhibición de comportamientos automutilantes.
Uno de los efectos de la política de moderación y baneo de Instagram es que la comunidad pro-recuperación no puede utilizar los hashtags propios de la comunidad pro-TCA para contactar con estas personas y establecer un vínculo desde la recuperación.
La sensación de soledad es algo frecuente en el relato de las personas que conviven con un TCA. Muchas veces no se sienten entendidos por su entorno o por los propios profesionales, pero necesitan de ese vínculo y de esa comprensión y al pasar a la clandestinidad de internet resulta más complicado llegar a ellos.
Es cierto que internet hace -si queremos- las cosas más visibles, y con la sobreexposición a determinados contenidos y actitudes podemos acabar normalizando cosas que no lo son. La visibilización de las comunidades pro-TCA en internet no significa necesariamente que tengamos más personas que antes realizando determinados comportamientos nocivos. Aun así, tampoco deberíamos pensar que son pocas. Las redes sociales suponen una ventana a un mundo enorme en el que hay personas que están en su misma situación y con las que poder expresar cómo se sienten sin sentirse juzgados o estigmatizados. Estas personas necesitan de esa conexión y si sienten que no pueden obtenerla ni de la sociedad ni de los profesionales, debería hacernos reflexionar a todos sobre desde qué posición nos relacionamos y pretendemos entender a estas personas. Es difícil entenderse hablando lenguajes diferentes y quizá tenemos que ser los profesionales los que hemos de aprender el lenguaje de la enfermedad para entenderla mejor y ser creativos a la hora de fomentar el cambio, en lugar de pretender imponer nuestra “lógica” de salud. A la vista está que tenemos que seguir evolucionando.
Robin Rica, psicólogo especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Director de la Unidad de TCA.
Desde que Internet y los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se conocieron, allá por comienzos de los años 90, se ha venido alertando de la influencia nociva de las llamadas webs pro-ana o pro-mía (abreviaturas de pro-Anorexia y pro-Bulimia). En el comienzo de este idilio, las webs eran una especie de mensaje en una botella que alguien enviaba al inmenso mar de internet, es decir, eran más bien estáticas. En ellas se exponían trucos y recomendaciones para perder peso de forma extrema, generando el lenguaje y las señas de identidad propias que sembraron la semilla de lo que sería una comunidad mundial de TCAs en interacción con el salto a los blogs y los foros. Citando el ya clásico informe realizado por la Agencia de Calidad de Internet (IQUA) y la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB), entre los años 2006 y 2010 las webs con contenidos que hacen apología de los TCA habían crecido un 470%.
Aunque las webs, blogs y foros siguen formando parte de la realidad del mundo online, la llegada de las redes sociales ha supuesto un cambio sustancial en el uso de internet a nivel comunitario. Según el último Estudio Anual de Redes Sociales elaborado por Interactive Advertisging Bureau (IAB) en España en el año 2017 un 86% de los usuarios de internet utilizan redes sociales, lo que supone una cifra en torno a los 19 millones de personas. De éstos, el 30% tiene entre 16 y 30 años.
Una red social en este contexto es, por definición, una “plataforma digital de comunicación global que pone en contacto a gran número de usuarios” (Real Academia Española, 2016). En este sentido podemos encontrarnos desde redes más orientadas al mundo laboral como Linkedin a otras vinculadas al ocio como Facebook o Youtube. En nuestro ámbito, y dado el alto componente visual que tiene, destaca Instagram. Según el citado informe de IABSpain, esta red ha aumentado significativamente su notoriedad respecto al informe previo, situándose como la tercera red más presente en la mente de los usuarios de internet.
Si acercamos la lupa a los datos de Instagram, nos encontramos que el 51% de sus millones de usuarios accede a diario y un 35% más de una vez al día. Además, el 68% de sus usuarios son mujeres y para el 32% de la población adolescente es su red social más importante. Por tanto, Instagram es una red en la que confluyen dos aspectos demográficos que se consideran factores de riesgo para el desarrollo de un TCA: ser mujer y ser adolescente.
A finales de los 90 el fallecido George Gerbner propuso la llamada Teoría del Cultivo. En ella plantea cómo la exposición a los medios de comunicación influye a la hora de construir nuestro concepto de la realidad. Aunque esta teoría se formuló respecto a la influencia en particular de la televisión, sus postulados se mantienen vigentes como aproximación al fenómeno de las redes sociales. Estamos sobreexpuestos a un ideal estético delgado que con las nuevas tecnologías se ha hecho omnipresente, y esta sobreexposición es la que contribuye a internalizar este mensaje como una realidad. Diversas investigaciones ya han demostrado que la exposición al ideal estético delgado es directamente proporcional a la evaluación negativa del propio cuerpo (Grabe, et al. 2008; Harrison et al. 2006). Por tanto, no sorprende el dato de que estadísticamente sea más frecuente encontrar mujeres con un grado moderado de insatisfacción corporal que aquellas que se sientan satisfechas con su cuerpo (Stice & Shaw, 1994). Incluso se observa que un escandaloso 81% de niñas de 10 años muestran un miedo intenso a engordar (Mellin, et al., 1991). Es precisamente la presencia de insatisfacción corporal un factor de riesgo específico y uno de los aspectos nucleares de los TCA.
Cuando uno siente una gran insatisfacción con su imagen corporal es posible que realice determinadas conductas para obtener el cuerpo que desea, aunque éste sea difícilmente alcanzable y las estrategias para ello pongan en peligro su salud. Pasando de las clásicas “carreras de kilos” a los hashtags específicos sobre la búsqueda de la delgadez, el #thinspiration o #thispo es el paraguas bajo el que la enfermedad se da a conocer a través de Instagram. No sólo eso, sino que la presión ha ido más allá de la simple bajada de peso, focalizándose en partes concretas del cuerpo. De este modo, conceptos como thigh gap, collarbones o el A4challenge tuvieron su momento álgido en las redes y aún siguen circulando por internet, animando a jóvenes de todo el mundo a participar en el “desafío”.
Dado el peligro que entrañan este tipo de contenidos en las redes sociales, algunas plataformas decidieron en el año 2012 -año en el que comienza el thigh gap– tomar cartas en el asunto. Así, a partir de ese año redes como Tumblr, Pinterest y la propia Instagram vetaron los contenidos que hacían apología de los TCA, como el #thinspiration. Sin embargo, hecha la ley hecha la trampa y la comunidad pro-TCA tuvo que adaptar su propio lenguaje para burlar la seguridad de las redes sociales. Y lo consiguieron.
Para cualquier comunidad o grupo social el lenguaje es muy importante, ya que con él se construye la identidad del grupo. Como hemos visto, la comunidad online pro-TCA cuenta con un léxico propio con el cual identificarse e, incluso, diferenciar entre los participantes iniciados de los veteranos. A raíz de la política de moderación de Instagram, ese lenguaje tuvo que evolucionar y lo hizo de la manera más sencilla: cambiando letras. En un interesante y reciente estudio al respecto de Chancellor, Pater, Clear, Gilbert & De Choudhury (2016), observaron que la comunidad pro-TCA pasó de manejar 17 tags entre los años 2011 y 2012 a casi 700 variaciones en los años posteriores (e.g., anarexic, anorexiaa, thynsporation, thinsp00, etc). Este enorme incremento cuestiona seriamente la efectividad de la política de moderación de Instagram para frenar este fenómeno (Gregoire, 2012), que continúa expandiéndose desde los tags más obvios a las nuevas variaciones, conceptos y desafíos (e.g., bodycheck, bonespo, anamia, size00, needtobeskinny, brokenana, secretsociety123, wanttobeskinny, etc.).
El fitspiration por su parte se presenta como la hermana saludable e inocua del thinspiration, fomentando y motivando a la gente a ejercitarse y alimentarse de forma “saludable” y, sobre todo, a mostrarlo. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Boepple y Thompson, de la Universidad de South Florida en Tampa, realizaron en el año 2016 un análisis del contenido tanto de thinspiration como de fitspiration. Al hacerlo encontraron que casi el 90% de los sitios de thispiration y el 80% de los de inspiración fit contenían mensajes de culpabilidad respecto al peso, estigmatización del peso o la grasa corporal, cosificación del cuerpo y mensajes relacionados con restricción alimentaria. Parece que quizá no sean tan diferentes después de todo y el fitspiration sea un refugio más (y más seguro) en el que la enfermedad puede esconderse. De hecho, ya podemos encontrar incluso como la Ortorexia ha sido bautizada y transformada en “princesa” bajo el nombre de Alisa (i.e. ALImentación Sana).
A pesar del incansable bombardeo de imágenes y presión que existe en las redes, en las profundidades de internet una pequeña comunidad (cada vez menos pequeña) pretende alzarse como la Resistencia al imperio de la delgadez: el fenómeno del Body Positive. Este movimiento de fomento de una imagen corporal positiva se relaciona también con las comunidades pro-recuperación de TCA, apostando por la aceptación de la diversidad corporal y por una alimentación equilibrada, pero, sobre todo, flexible (Jafari, 2016). Sin embargo, aunque el objetivo de hacer de la diversidad corporal algo valioso en sí mismo, el Body Positive ha sido considerado por algunos autores como demasiado idealista y poco práctico, especialmente para aquellas personas que ya están sufriendo un TCA (Rakova, 2015).
Desde luego parece complicado plantearle a alguien que lleva mucho tiempo y esfuerzo invertido en odiar su cuerpo que a partir de ahora debe amarlo. Además, sin decirle exactamente cómo se hace eso. Quizá los terapeutas hemos podido pecar de ingenuos y tenemos que ver qué estadios intermedios existen entre el odio y el amor al cuerpo. En este sentido los clínicos -no íbamos a ser menos- también hemos hecho nuestras propias variaciones del lenguaje a la hora de matizar la aproximación al trabajo con la imagen corporal negativa.
En esta línea, conceptos como el de funcionalidad corporal (Alleva et al., 2016) o aceptación corporal se han propuesto como primeros pasos a la hora de comenzar el proceso de recuperación hacia una imagen corporal más positiva. Otro término recientemente introducido en el trabajo clínico con TCA es el de neutralidad corporal (Fabello, 2016; Isaacs, 2016; Rakova, 2015). Desde esta perspectiva el objetivo se aleja de la autoadmiración corporal, reduciendo así la presión hacia lograr una imagen corporal positiva durante el proceso de recuperación. El objetivo principal desde este enfoque sería fomentar una actitud neutral hacia el propio cuerpo, libre de juicios tanto de amor como de odio.
Desde la comunidad pro-TCA se habla de estos trastornos como un estilo de vida, glorificando y aportando un halo de elitismo y glamour a todos los contenidos publicados mediante filtros y montajes fotográficos artísticos. No obstante, los mensajes que se exhiben desde estas cuentas muestran una profunda vergüenza y sufrimiento, llegando incluso a la exhibición de comportamientos automutilantes.
Uno de los efectos de la política de moderación y baneo de Instagram es que la comunidad pro-recuperación no puede utilizar los hashtags propios de la comunidad pro-TCA para contactar con estas personas y establecer un vínculo desde la recuperación.
La sensación de soledad es algo frecuente en el relato de las personas que conviven con un TCA. Muchas veces no se sienten entendidos por su entorno o por los propios profesionales, pero necesitan de ese vínculo y de esa comprensión y al pasar a la clandestinidad de internet resulta más complicado llegar a ellos.
Es cierto que internet hace -si queremos- las cosas más visibles, y con la sobreexposición a determinados contenidos y actitudes podemos acabar normalizando cosas que no lo son. La visibilización de las comunidades pro-TCA en internet no significa necesariamente que tengamos más personas que antes realizando determinados comportamientos nocivos. Aun así, tampoco deberíamos pensar que son pocas. Las redes sociales suponen una ventana a un mundo enorme en el que hay personas que están en su misma situación y con las que poder expresar cómo se sienten sin sentirse juzgados o estigmatizados. Estas personas necesitan de esa conexión y si sienten que no pueden obtenerla ni de la sociedad ni de los profesionales, debería hacernos reflexionar a todos sobre desde qué posición nos relacionamos y pretendemos entender a estas personas. Es difícil entenderse hablando lenguajes diferentes y quizá tenemos que ser los profesionales los que hemos de aprender el lenguaje de la enfermedad para entenderla mejor y ser creativos a la hora de fomentar el cambio, en lugar de pretender imponer nuestra “lógica” de salud. A la vista está que tenemos que seguir evolucionando.