Ir a terapia de pareja, llevar a nuestro hijo al psicólogo infantil o simplemente acudir al mejor psicólogo a que nos ayude supone un paso muy importante para cualquier persona, teniendo en cuenta que es esperado que esta decisión vaya acompañada de muchas emociones. El dolor que te lleva a buscar a un especialista, la frustración de encontrarte en una situación incomoda o simplemente, los nervios de ver que la situación no cambia.
De entre todas estas emociones hay algunas vinculadas con el hecho de sentarse delante de un desconocido al que probablemente no hayamos visto nunca, del que tengamos una cantidad limitada de información con respecto a su forma de ser y al que tengo que mostrar mis escondites mas secretos.
Por eso resulta trascendental reflexionar sobre cuáles son las características de un buen psicólogo, como podría saber si la persona que tengo enfrente va a ser capaz de ayudarme.
Mucha gente te dirá que la primera condición para identificar un buen psicólogo es la experiencia, o te recomendarán que el mejor psicólogo es aquel que utiliza este enfoque o este otro. Otros centrarán su atención en los costes, el país de procedencia, las referencias o recomendaciones, etc.
Todas estas variables son importantes y suman a la hora de evaluar a un buen psicólogo, pero lo cierto es que hay que medirlas en su conjunto y no llegar a conclusiones lineales del tipo «como este psicólogo es cognitivo-conductual, humanista, gestáltico es el que me va a ayudar», o «como este terapeuta tiene 35 años de experiencia seguro que funciona». Ya que no necesariamente el psicólogo con más experiencia, el más caro, el más barato, el que utilice el enfoque más innovador o el más tradicional, tiene porque servir para lograr un cambio.
Desde mi punto de vista, lo más efectivo para evaluar si un psicólogo funciona no es tanto saber si es bueno o malo (asumiendo que si está ejerciendo tiene una formación que le permite ejercer la profesión), es cómo me siento con él o ella. Lo realmente determinante es el vínculo que establecemos con nuestro psicólogo, el vínculo como agente transformador, como elemento corrector, como fuente de motivación y como espacio de cuestionamiento y aprendizaje.
Aquel psicólogo que no se preocupe de establecer una relación eficaz con su paciente nunca servirá de ayuda, y la manera que tiene el paciente de medir esto es como se siente en terapia con su terapeuta. Es responsabilidad del terapeuta dedicar un espacio en sesión para hablar sobre esto y meta comunicar, de cara a crear, entre los dos, una relación realmente terapéutica.
El mejor psicólogo o el que tiene más experiencia, no podrá ayudarte si en la relación terapeuta-paciente, éste no se siente del todo bien, porque tiene la sensación de que le sermonean, de no sentirse entendido, que es más un profesor que un facilitador, que se enfadan cuando no haces lo que te manda, etc.
El psicólogo más experto en un enfoque concreto no te servirá de ayuda si lo que pretende es que su paciente se adapte a su enfoque, algo que desgraciadamente es muy habitual. El terapeuta se tiene que olvidar de la técnica para centrarse en su paciente, y es él, el que debe adaptarse a la persona que viene pidiendo ayuda. Todo enfoque integral será más efectivo que aquel psicólogo que resulte ser un ortodoxo de su manera de ver la terapia. El mejor terapeuta es aquel que es flexible, la rigidez en terapia es mala consejera.
En resumen, el vínculo es lo que define un proceso terapéutico, eficaz y eficiente, sin una buena alianza terapéutica no hay nada, pero no me refiero a una buena relación, me refiero a que el mejor psicólogo es aquel que resulta experto en establecer vínculos terapéuticos, el que es experto en adaptar la relación a lo que necesita el paciente.
Y es igualmente cierto que solo con la alianza terapéutica no vale, hace falta formación, experiencia, etc.
Un buen psicólogo es aquel que funciona, que es experto, flexible, tiene inteligencia emocional, observa, escucha, empatiza, confronta, tiene sentido del humor, es contenedor de emociones, acompaña, interviene y maneja los silencios.
Eduardo Torres
Unidad de Psicología Familiar