En estos días se apela a la responsabilidad individual, a buscar la serenidad y huir de la inquietud. Se da por sentado que la perspectiva de la reclusión en casa de las próximas semanas no es algo inocuo psicológicamente hablando. Nos vemos bombardeados con opciones creativas de entretenimiento y distracción para estos momentos de cuarentena. Festivales online, paseos virtuales por museos o suscripciones gratis a videojuegos son la manera que tiene la era del entretenimiento de llamarnos a la calma. Precisamente esa calma es la que convierte estos días el tabaco en un “bien de primera necesidad” y mantiene los estancos abiertos. Como ocurre en las Unidades de Psiquiatría de los hospitales en las que en muchas los pacientes tienen permitido fumar, a pesar de las restricciones para ello de los centros sanitarios. Ya bastante difícil es esa situación y su manejo como para añadir la tensión nicotínica.
La emergencia del brote del coronavirus ha activado algo que hasta ahora sólo habíamos oído en el cine (y durante la crisis de los controladores aéreos hace una década): el estado de alarma. El país se pone en marcha para luchar contra la epidemia, haciendo uso de todos los recursos a su alcance, incluido el Ejército y ciertas libertades individuales. En este contexto, y con todo el significado de la palabra alarma, el término esta definido claramente en términos jurídicos y constitucionales. Sin embargo, en estos días no puedo evitar reflexionar sobre el particular estado de alarma al que se van a enfrentar, de puertas y entrañas adentro, aquellas personas que conviven con un Trastorno de la Conducta Alimentaria y sus familias.
En la convivencia se generan roces, pero cada uno puede contar con alternativas para oxigenarse fuera de casa. Sin embargo, esta especie de toque de queda en el que nos encontramos nos obliga a permanecer en nuestro domicilio, acompañados exclusivamente en ese espacio de aquello que viva y respire ahí, y del kit del apocalipsis del que nos hayamos podido proveer. Y también del TCA.
Los TCA no atienden a razones, no se guían por la lógica del sentido común ni por discursos informativos sobre lo que es sano hacer (aunque no sobre decirlo). Es una enfermedad devastadora y rígida con la que la persona convive todos los días, a todas horas, y a la que en estos días le cambiamos el tablero de juego. Se avecinan días de convivencia forzosa, de encierros en casa, de “no tener nada productivo que hacer”, de comidas en familia, de neveras llenas, de gimnasios cerrados, de discusiones o de silencios atronadores, de diferentes conciencias del problema y de la recuperación, etc. Un gran desafío.
Cada caso (y cada casa) tiene sus particularidades. Por ello, y sin pretensión de ser receta, quizá puedan resultar útiles algunas reflexiones al respecto de cómo sobrellevar de la mejor manera posible en días de lucha contra el COVID-19, la lucha contra el TCA:
- Generar estructura. Es importante mantenerse activo y procurar tener una estructura de funcionamiento en casa que se asemeje lo posible a la rutina habitual. Procurar establecer un horario de sueño, comida, higiene y estudio o trabajo regular. Incluso vestirse con ropa de calle. Hay que recordar que no estamos de vacaciones. No es lo mismo teletrabajar un par de días a la semana en pijama y luego salir a la calle, que estar un mes funcionando de esa manera sin poder salir.
- Establecer un plan de alimentación. Aprovechemos que no tenemos la dificultad de la rutina diaria que nos impide cocinar. Si hay un plan pautado por nutricionista, ponerlo en marcha. Si no, generar uno de manera consensuada los miembros de la familia. Improvisar todos los días lo que se va a comer puede ser un foco de tensión que podemos minimizar.
- Compartimentar las tareas. En la medida de lo posible, generar en casa un pequeño espacio de estudio/trabajo, hacer las comidas todos juntos en el comedor, sentados y con las raciones acotadas y dispuestas en un plato/bandeja para evitar excesos y picoteos.
- Mantenerse activo físicamente en la medida de lo posible. La dificultad para salir de casa puede ser un problema importante para aquellas personas que su TCA tiene un importante componente de sobreactividad física. Si la situación de peso lo permite, es posible realizar una pequeña tabla de ejercicio en casa. Si el caso es el de una situación de bajo peso, podemos optar por una pequeña rutina de estiramiento supervisado. Todo ello estructurado en tiempo y forma.
- Descansar. Lo anterior debe plantearse en un contexto de autocuidado o de ayuda al cuidado por parte de la familia. Tenemos entre manos una buena ocasión para dormir, descansar y reposar, y no ha de ser incompatible con las tareas “productivas” o la actividad física.
- Distraerse. Entretenerse y oxigenarse también es igual de importante y ha de formar parte también del plan para estos días. Que el contexto no ayude a “cortar” con la rutina laboral o académica nos emplaza a ser nosotros mismos (o nuestras familias) los que hagamos por generar también espacios de ocio “no productivo”. Ahora que miramos tanto a Italia, podemos importar su Dolce far niente. No es necesario que dedique todo mi tiempo a cosas “productivas”. En esa rigidez y perfeccionismo también se puede alojar el TCA.
- Comunicar. Vamos a pasar muchos días juntos, con mucha tensión acumulada por la situación general y por la derivada del TCA. Generemos espacios de comunicar, de preguntar cómo puedo ayudar y de compartir sentimientos e inquietudes. Que estar lejos de todos nos una un poco más.
- Pasar del online al offline. La comunicación y el ocio puede centrarse en lo que nos pone al alcance las pantallas e Internet, o explorar otras opciones. Escribir o dibujar ayuda a poner en orden las ideas, desempolvar un juego de mesa o, simplemente, podemos mirar a los que tenemos alrededor y reencontrarnos con ellos.
- Usar los recursos terapéuticos. Los profesionales de la Salud Mental (en mayor o menor medida) tenemos la suerte de poder trabajar de manera telemática y dar continuidad a unos tratamientos que de lo contrario se tendrían que interrumpir, con lo que ello supone. Otros colegas sanitarios no tienen esa suerte. Mantener la continuidad de las terapias en curso estos días es fundamental, ya que podemos contar con esa opción. También reforzar con sesiones o seguimientos extra. Todos los profesionales estamos arrimando el hombro en esta situación. Si tu equipo terapéutico no te lo ha planteado, sugiéreselo y seguro que se podrá poner en marcha. Si aún no se ha iniciado un tratamiento, este puede ser un buen momento para ello.
- Ser flexible. La enfermedad es rígida, y si nosotros también los somos no vamos a conseguir grandes resultados. Lo más duro de un TCA es que uno convive con su cuerpo 24 horas todos los días y se enfrenta a la comida (huyendo de ella o siendo devorado por ella) cinco veces cada día. Sin embargo, eso también significa que tenemos muchas oportunidades cada día para hacerlo diferente, para observar, para cuidarnos y para pedir ayuda. Si una comida, o un día, no sale como esperamos tenemos la comida o el día siguiente para volverlo a intentarlo. Seamos un poco indulgentes, y convirtámonos en observadores creativos en el proceso de recuperación.
El COVID-19 pasará. Conviviremos con él, sufriremos sus consecuencias (sociales, laborales, económicas) y esta pandemia pasará a la historia en unos meses, enterrada por la inmediatez de la actualidad. El TCA, sin embargo, es una enfermedad con mucha más mala leche. Se enraíza en lo más profundo de las personas, las aísla y anestesia emocionalmente y las devasta. También a aquellas que están a su alrededor. Dicen que el mal triunfa si la buena gente no hace nada. Tenemos ocasión de hacer cosas, contra el coronavirus, y también contra el TCA ya que, para este último, la vacuna ni está ni se la espera. ¡Cerremos filas!