Una de las dificultades que nos encontramos en el tratamiento de la Anorexia y la Bulimia Nerviosa es a menudo la baja conciencia de enfermedad o de la gravedad de la situación. Aunque los trastornos de la conducta alimentaria producen un impacto significativo en la salud física de las personas que lo sufren, esto no necesariamente les incita a buscar ayuda.
En el caso de la Anorexia Nerviosa en particular, el efecto visible de una dieta restrictiva sostenida en el tiempo, se hace evidente. Las personas reflejan un estado de desnutrición severa en muchos casos, lo que hace saltar la alarma en la familia y el entorno cercano. Sin embargo, la distorsión en la percepción de la imagen corporal presente en esta patología dificulta que sean conscientes de la gravedad real de su estado. Es aquí cuando la tensión se incrementa en la familia, ya que se confronta permanentemente con la persona en discusiones en muchos casos estériles que deterioran el vínculo y distancian a los miembros de la familia.
Tampoco podemos olvidar que los trastornos de la conducta alimentaria aportan a la persona que los sufre cosas que considera positivas como delgadez, éxito, control, belleza, por lo que el componente egosintónico de la patología es alto y también dificulta el abordaje. Para estas personas muchas veces la idea que tienen de un tratamiento es sencillamente “me van a engordar”.
Esta dificultad a la hora de plantear un tratamiento en un caso de Anorexia Nerviosa se agrava mas (a priori) en los casos en los que la persona es mayor de edad. Cuando un menor esta en una situación de infrapeso y con una psicopatología grave de TCA la familia cuenta con mas apoyos y recursos a la hora de intervenir o ingresar. Por el contrario en los pacientes adultos los padres en ocasiones no se ven con la autoridad suficiente como para imponer un criterio de salud.
La trampa de que “como es mayor de edad no puedo obligarle a ir a tratamiento” es altamente frecuente en estos casos. Hay que tener en cuenta que una persona desnutrida que atraviesa una fase de enfermedad no cuenta con todas las herramientas para tomar decisiones sobre un esfera de su vida en la que la enfermedad le impide ejercer una responsabilidad: su salud. En estos casos es cuando el papel de la familia, firme pero cercano, es vital.
No se trata de imponer un tratamiento, se trata de cambiar la estrategia. Plantear que el problema está en casa (no en la persona) y que todos podemos y vamos a hacer algo al respecto. Sugerir a la persona que para ella también puede ser beneficioso acudir a terapia y enfocarlo también desde otros aspectos mas allá del peso y la comida que puedan haber cambiado en los últimos tiempos. Su estado de ánimo, sus actividades, su ocio, su gestión del tiempo libre o la comunicación son aspectos que se suelen alterar en mayor o menor medida y se le pueden hacer evidentes a la persona desde la preocupación y el cariño.
El tratamiento de la Anorexia ha de comenzar, con la familia implicada y con el paciente, pero si éste no quiere incorporarse al inicio la familia ha de seguir adelante. La puerta siempre estará abierta para que la persona se incorpore cuando se sienta preparada, mientras la familia va haciendo cambios en casa. Por supuesto, si la situación requiere de una hospitalización habrá que seguir los cauces clínicos y legales establecidos, incluso mediante ingreso involuntario. No podemos perder de vista que la vida de la persona puede correr peligro.
Robin Rica
Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria