Hoy, 10 de octubre, se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Nace de la necesidad de visibilizar y luchar contra el estigma que afecta a aquellos que padecen una enfermedad mental.
Desde principios del siglo XX la psicología se ha encargado de mejorar el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales y de la divulgación de información al respecto. Sin embargo, a pesar de la progresiva normalización y la educación sobre el uso de las ayudas psicológicas, este campo sigue sufriendo la estigmatización y el desconocimiento de la población general.
Esto puede traducirse en miedo y, por lo tanto, la creencia sobre los mitos más populares sobre las enfermedades mentales. Además de ser una fuente más de sufrimiento para los enfermos y sus familias. Repasamos y desmontamos algunos de estos mitos:
El desarrollo de una enfermedad mental está sujeto a una gran cantidad de factores biológicos, psicológicos y sociales, por lo que cualquier persona puede padecerla en algún momento de la vida. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cuatro personas sufre un trastorno mental a lo largo de su vida y la cifra podría aumentar en los próximos años. Mantener un estilo de vida saludable (higiene del sueño, alimentación adecuada, ejercicio físico, entablar relaciones sociales sanas,…) puede prevenir la aparición de síntomas de enfermedad.
El consumo de sustancias puede relacionarse con el inicio y el mantenimiento de la enfermedad mental, sin embargo no podemos generalizar. Como decíamos antes, los factores son muy variados y no todas las personas que desarrollan una enfermedad mental han consumido algún tipo de sustancia. Este mito es especialmente peligroso, ya que culpabiliza a los enfermos de su problema e impide tener una visión más realista que permita ofrecerles la ayuda que necesitan.
Puede que por la imagen que se nos transmite en las películas y en los medios de comunicación nos parezca que tener una enfermedad mental lleva a comportamientos violentos. Los estudios demuestran que las personas que sufren una enfermedad mental y que siguen un tratamiento adecuado no son más peligrosas que el resto. De hecho, son más vulnerables a ser víctimas de violencia.
Una persona con enfermedad mental, grave o no, tiene la oportunidad de vivir una vida adaptada si se le brindan los apoyos necesarios por parte de diversos profesionales y miembros de su entorno cercano. Si, por el contrario, tendemos a mirarlos como a niños que no pueden tomar la responsabilidad de sus vidas no podremos facilitar que se integren en la sociedad. Que puedan disfrutar de esta adaptación es, además, un factor de protección frente a posibles recaídas.
Al igual que lo adultos, los niños muestran señales de que algo puede no estar bien. Según la OMS, casi la mitad de los trastornos mentales pueden detectarse antes de los 14 años y la depresión ocupa ya el tercer lugar con respecto a la carga de morbilidad entre los adolescentes.
La detección de síntomas que puedan indicar que una persona sufre una enfermedad mental es clave para el pronóstico de la misma, y las personas que con mayor probabilidad pueden hacerlo son las personas del entorno cercano. Labilidad emocional, cambios en la alimentación y el sueño, cambios en el comportamiento, ideas suicidas,… son algunos de los síntomas que normalmente nos indican que algo va mal.
Aunque es cierto que se ha demostrado que el factor genético se encuentra detrás de muchos diagnósticos de enfermedad mental grave, los factores ambientales son en la mayoría de los casos determinantes a la hora de desarrollar un trastorno.
Por lo general, cuando se detectan síntomas de que puede haber un problema, se recomienda el apoyo del entorno y el comienzo de una terapia psicológica adecuada que se desarrolla en la consulta de un profesional mientras la persona sigue con su vida. La hospitalización suele producirse en aquellos casos en los que la persona que sufre una enfermedad mental supone un peligro para sí misma o para los demás.