¿Quien no ha sido testigo del pataleo, grito, insulto o empujón de un niño hacia alguien o algo? Antes o después, todos tenemos experiencias más o menos cercanas de agresividad infantil, y cuanto menos es una situación que no resulta indiferente. Puede generar diferentes puntos de vista, respecto al origen y al cómo gestionar el momento, incluso si cabe la opción de recurrir a un psicólogo infantil.
Pero, ¿por qué ocurren esas conductas agresivas en los niños?
Esas reacciones tan frecuentes como incómodas, son lógicas y normales en ciertas edades. Aparecen alrededor de los 2 años, debido a la inmadurez de la corteza prefrontal que es la encargada de regular las emociones, haciendo que el niño exprese su malestar a través de conductas agresivas. La manifestación de la agresividad infantil alcanza el punto álgido entre los 3-4 años, y en muchos casos se extienden hasta los 6-7, siendo a partir de entonces cuando conviene prestarles cuidadosa atención.
Como hemos comentado, su aparición se debe al principio a la inmadurez de la zona encargada de la regulación emocional, llevando al pequeño a tener que manifestar su incomodidad, frustración, miedo o ira a través de conductas agresivas, pero a medida que el niño va creciendo debe ir aprendiendo a gestionar las emociones de una manera más adaptativa. Es decir, la educación debe lograr que al crecer dejen de manifestarse las conductas de cólera.
La agresividad infantil manifiesta diferentes alteraciones del ámbito familiar, social y/o personal. Dentro de la familia de un niño que manifiesta agresividad, podemos encontrar alguno de estos factores de riesgo:
- Estilo educativo inadecuado, combinando control paterno en una de sus dos versiones extremas, es decir extremadamente exigente o demasiado relajado, con una escasa empatía y manifestación de los afectos, que los estudios demuestran que fomenta la agresividad infantil, además de otros rasgos desadaptativos.
- Incongruencia de los valores familiares, cuando por ejemplo, se desaprueba la agresividad, pero se hace uso de ella en diferentes modalidades, incluso equiparándola con poder o cualidad preciada.
- Autoridad inconsistente, donde los padres unas veces castiguen a su hijo por mostrar conductas agresivas y otras veces las ignoren, o incluso la aplaudan.
- Dificultades no resueltas entre los padres , haciendo que se traspasen al ámbito de la autoridad, generando incompatibilidad de pautas, haciendo que el niño reciba mensajes alternativos ante la misma situación generando confusión acerca de lo que debe hacer y de lo que no debe hacer.
- Restricciones no razonables y excesivas.
- Falta de habilidades emocionales para reconocer, empatizar y gestionar todo lo relacionado con el campo de los sentimientos .
También puede haber factores a nivel sociocultural que fomentan la aparición de agresividad infantil, ya que tienden a:
- Presentar la agresividad como capacidad de lucha, de superación y de poder.
- Primar las motivaciones individuales frente a las sociales.
- Excesiva agresividad expuesta en los medios, facilitando la identificación y desensibilización.
- Preferencia por juegos electrónicos violentos en los que se premia los objetivos alcanzados con agresividad.
Y también una agresividad infantil puede estar manifestando unas dificultades personales que deben ser tenidas en cuenta. Entre ellas pueden estar:
- Factores hormonales y mecanismos cerebrales como una lesión cerebral o una disfunción, que son activados y producen cambios corporales ante emociones como rabia, excitación y miedo, pudiendo generar comportamientos agresivos.
- La agresión se halla íntimamente unida a los procesos de emocionalidad, actividad e impulsividad
- Mala nutrición, problemas de salud específicos y estrés, pueden originar en el niño una menor tolerancia a la frustración y pueden incrementar las conductas agresivas infantiles.
- Déficit de habilidades necesarias para afrontar situaciones frustrantes. Por ejemplo, el déficit en habilidades lingüísticas se relaciona con la emisión de comportamientos agresivos, ya que hacen que el niño tiende a responder impulsivamente en lugar de hacer una reflexión antes de actuar.
- También el déficit en habilidades sociales es un factor de riesgo para las conductas agresivas durante la infancia.
¿Y qué deben hacer los padres ante la agresividad infantil de sus hijos?
En primer lugar, es fundamental incrementar la convivencia entre padres y niños pequeños con una comunicación individualizada y cálida para que la formación de lazos afectivos se refuerce y que ello haga posible la transmisión de valores que fomenten la empatía, la generosidad o la autoestima, que son los grandes inhibidores de la agresividad, enseñando a la vez, que la agresión es una estrategia poco apropiada para conseguir objetivos.
Es necesario que los padres sean conscientes de los factores de riesgo que pueden estar acumulándose detrás de la manifestación de la agresividad de su hijo, para poder comprender e intervenir adecuadamente. A pesar de las dificultades personales que pueden estar en el niño que presenta conductas agresivas, los estudios demuestran que pueden ser reducida y reconducidas con el ambiente educativo adecuado, enseñando al niño a responder de una manera que esté basado en un modelo alternativo y más adaptativo que la agresividad. Según Belsky (1991) el temperamento del niño puede ser influido por los padres, tanto de forma positiva como negativa.
Por lo general, unas pautas básicas pueden ayudar a los padres a gestionar la agresividad infantil y controlarlo en casa, como: la eliminación de elementos desencadenantes, premios, castigos, modelado, cambio de creencias, cambio de sentimientos, formación de hábitos, y razonamiento.
Conviene comenzar desde el principio y en el periodo de 2 a 5 años, y las medidas más eficaces son:
- “Tiempo fuera” (separar al niño unos minutos de los demás).
- Hacerle reflexionar sobre lo que ha hecho.
- Elogio de las conductas opuestas.
- Sanciones (consecuencias desagradables de su acción), o retirada de privilegios.
- Sobrecorrección (que el niño haga algo de modo que al tiempo de corregirle le proporciona un modo positivo de actuar).
- Ignorar lo que hace (en especial cuando el niño lo que quiere es llamar la atención).
- Extinción del comportamiento por falta de respuesta.
El objetivo primordial ante las conductas agresivas, no es que el niño obedezca sino que aprenda a controlar su agresividad.
En ningún caso y bajo ningún pretexto, deje que desde pequeño el niño consiga lo que desea cuando patalea, grita o empuja a alguien o algo. Espere a dárselo cuando lo pida de forma calmada dándole instrucciones acerca de cómo debe hacerlo, y refuércele con una sonrisa, o un «así me gusta», reconociendo siempre cualquier intento por pequeño que sea, de comportarse adaptativamente en situaciones conflictivas.
¿Cuándo es necesario acudir a un psicólogo infantil para corregir la agresividad?
Pero a pesar de estas sugerencias, veces la situación resulta preocupante y demasiado difícil de gestionar y los padres deben plantearse la necesidad de pedir ayuda a un psicólogo infantil cuando la edad, duración, frecuencia e intensidad de los episodios de agresividad, supera a lo esperado, separando lo que es un periodo evolutivo de lo que es un problema o un trastorno.
Podemos hablar de problema cuando tiene un origen educativo, y trastorno a lo que tiene un origen biológico, tratándose en todas las opciones de un asunto muy serio, ya que un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia predice, no solo la manifestación de agresividad durante la adolescencia y el resto de la vida, sino una mayor probabilidad de fracaso académico y la existencia de otras patologías psicológicas durante la edad adulta.
El psicólogo infantil debe valorar qué factores de riesgo pueden estar influyendo en la conducta agresiva infantil y plantear una estrategia para reconducción de la situación, trabajando tanto a nivel individual con el menor, como con la familia y entorno socioeducativo.
La intervención debe incluir programas para aprendizaje autorregulación emocional, construcción de los sistemas ejecutivos y al aprendizaje de las normas morales.
Para reducir la agresividad infantil, el psicólogo, tendrá que orientar a los padres hacia un estilo educativo adecuado que incluya la atención, dedicación, afectuosidad, control, flexibilidad y disciplina, con capacidad de negociar, ya que es según demuestran los estudios, los que generan niños sin problemas (Schaffer, 1989).