Entre la infancia y la edad adulta, la adolescencia aparece como una etapa de transición, en la que se generan numerosas crisis en la vida interna del adolescente, multitud de cambios que se deben afrontar, provocando un estado de ánimo muy variable.
Se trata de una etapa en la que predominan sentimientos de frustración e incapacidad. Muchas cosas no son como ellos esperan, se sienten incomprendidos y rechazados, tienen que hacer frente a situaciones conflictivas, lidiar con sus cambios físicos y esforzarse al máximo por sentir que pertenecen a otro grupo social, fuera de su sistema familiar.
En ocasiones, cuando las cosas no les salen “bien”, aparece el pesimismo, la desesperanza, la apatía y la sensación de que se esfuerzan para nada porque son incapaces de conseguir lo que se proponen, algo muy común a lo largo de esta etapa, ya que aprenden, evolucionan y construyen su propia identidad gestionando estas situaciones.
Es importante prestar atención, a cómo afecta este estado a la vida del menor, si percibimos dificultades intensas en su día día, es posible que exista algún problema del que no somos conscientes, por tanto, debemos detenernos y observar lo qué esta pasando.
Esta forma pesimista de ver el mundo, unida a sentimientos de incapacidad, apatía, tristeza, desilusión, desesperanza y en ocasiones también, irritabilidad, agresividad y rabia, generan inseguridad, desaprobación y baja autoestima, pudiendo desembocar en un estado depresivo situacional o en un trastorno depresivo, en función a su cronicidad. La complicación más grave que nos podemos encontrar, son las ideas autodestructivas, deseos de morir, intentos de suicidio o suicidio consumado.
Es recomendable acudir a un psicólogo especialista en adolescentes, si se observa que los síntomas perduran, que existen dificultades en el día a día del menor y sobre todo, si se sospecha de algún tipo de pensamiento o idea autodestructiva.
La familia, constituye un papel fundamental, en cuanto a la prevención de cualquier patología asociada a ésta problemática. Una adecuada comunicación con nuestros hijos, interesarnos por su círculo social, prestar atención y respetar sus gustos, escucharles y dedicarles tiempo y afecto, genera sentimientos de valía en el menor, que se traducen en una mayor seguridad para afrontarsituaciones de angustia y estrés, alcanzar sus objetivos y percibir la vida de una manera más positiva.